Por Mauricio Álvarez Mora
Hace 28 años, el 7 de diciembre, Óscar Fallas Baldí, Jaime Bustamante Montaño y María del Mar Cordero Fernández, murieron en su casa destruida por un incendio, del que nadie pudo escapar. Es extraño que no pudieran salir, María del Mar -guerrera defensora del golfo Dulce- luchó hasta el final y pereció tratando de abrir la puerta, sin llave y con los rasguños cercanos a la cerradura que evidencia que la puerta no abrió o alguien no lo permitió. Óscar y Jaime murieron en unas camas.
Según el Organismo de
Investigación Judicial (OIJ), no hubo resultado de las investigaciones que
indicaran mano criminal; no obstante, tampoco se pudo hallar otra causa del
incendio. Todo se enrareció y se justificó con la práctica del fumando y la
bohemia.
Sin embargo, como ecologistas, veníamos
de una importante campaña contra la transnacional Stone Conteiner, justamente tres
días antes del incendio celebramos la victoria en conjunto con la gente de las
comunidades del Golfo Dulce en Puerto Jiménez. Una campaña que en menos de dos años logró
articular a las comunidades con organizaciones nacionales y hasta redes
globales como Greenpeace, otras europeas y de Estados Unidos, por la defensa del
valioso ecosistema del pacífico sur de Costa Rica que alberga patrimonio
natural y cultural para la humanidad como los es el Humedal Térraba-Sierpe y el
Parque Nacional Corcovado , contra la intención de construir un muelle
industrial para procesar y exportar astillas para hacer papel de las
plantaciones de melina que invadió la zona.
Durante la campaña persona
ecologistas recibimos amenazas y actos de violencia, como el hecho de aflojarle las tuercas a las
llantas del vehículo de la AECO (Asociación Ecologista Costarricense) y se
recibieron llamadas anónimas a la oficina después, de lo que consideramos, el asesinato
de Oscar, Jaime y María del Mar, diciéndonos “la lista no ha terminado”, amenaza
que cumplida meses después, cuando apareció muerto el compañero David
Maradiaga.
Tantos años después la memoria
sigue vida, a veces se nubla, se evapora pero vuelve a condensarse para dar paso
a momentos elegidos, que se amontonan desordenadamente y como una tonada sin
rima se activan por reflejos, se gatillan
en un juego de estímulos inesperados: un aroma, un lugar, una frase o una gota
de agua en la espalda desde donde puede emerger la memoria de lo sencillo, lo trivial
de los mejores momentos y también los de gran dolor. Así han venido siempre los
recuerdos durante 28 años continuos, con el empuje de los vientos alisios y los
atardeceres de bronce.
El hipocampo es el lugar del
cerebro que alberga la memoria, la de episodios pasados y la memoria espacial. Su
nombre proviene de agregar los términos griegos «hippos» y «kampos», que
significan respectivamente «caballo» y «monstruo», debido a su parecido con un
caballito de mar. Entre las principales funciones del hipocampo estan en la
generación y recuperación de recuerdos, por lo que es clave en nuestros
aprendizajes y la generación del conocimiento. También está implicado en las
emociones, debido los sentimientos que nos generan los recuerdo. Además, es el
lugar donde se enquista la enfermedad del Alzheimer provocando la pérdida de memoria
y desorientación.
¿Qué activa las conexiones de las
neuronas que nos devuelven los recuerdos?, ¿cómo los mezclamos con los sueños,
deseos, pasiones y dolencias para sembrar la memoria en nuestro hipocampo? ¿dónde
y cómo constituir un hipocampo colectivo si no intencionamos, escribimos y
reivindicamos cada 7 de diciembre?
Ya pasaron muchos años y sigue la
necesidad de escribir todos los años para recordar, para vencer el olvido y la
impunidad. ¿Cómo contar algo que no está nombrado y llorado?, ¿cómo puede la
memoria ser una duda torturante, un recuerdo de amor, miedo y sufrimiento?, ¿cómo
aliviar el peso de nuestro hipocampo con uno más colectivo para distribuir los
sufrimientos?
La vida nos va llevando por otros
senderos de tiempos y espacios que van y vuelven cíclicamente, vamos cambiando
y con ello algunos sentimientos se atenúan, otros tienden a desplomarse, los
que están atorados o incendiados nos causan las mismas sensaciones, los mismo
fríos y dolores.
En todos estos años, donde se ha
sumado más violencia a las estadísticas, he percibido una especie de efecto Coriolis,
no la rotación de un cuerpo en movimiento en distintos hemisferios, es otro
efecto humano de indiferencia, lo he observado cuando he expuesto sobre la
criminalización y la violencia política , la respuesta es desviar la mirada a
la derecha o a la izquierda según su lado de cuerpo dominante o “diestricidad”,
una vez vuelta la mirada, dejan de escuchar y cortan la atención. No sé si sea alguna
reacción del lenguaje corporal o simple mecanismo de evasión o negación, pero
cuando uno cuenta algo doloroso, la gente comunica muchos gestos de empatía,
solidaridad, incredulidad, descalificación y el peor de todas es la Coriolis
emocional. ¿Cuál será el gesto suyo a esta altura de texto?
Para el excepcionalismo tico y
cuento de país verde y feliz, estos hechos son una distorsión, un error en la postal,
donde el futuro nos alcanza y una amenaza a nuestro papel en la debacle
ambiental del planeta. Nuestro país siempre ha jugado ha ser esa esperanza, ese
papel de vitrina, de laboratorio de cuentos tan buenos y curados que los
termínanos creyendo, repitiendo y hasta reproduciendo. Es así, pero a veces
quisiera hacer Coriolis y desconectar el interruptor para mal vivir con la
misma indiferencia. Para mantener el excepcionalismo hay que castrar la memoria
e invisibilizar todos los errores del guion.
Para la región latinoamericana la
pérdida de Oscar, María, Jaime y David inauguró una oleada de represión y
criminalización algo distinta, pareciendo menos masiva y más selectiva que el
saldo de las dictaduras y ejército con su masivo y sangriento monopolio del
terrorismo de Estado. Sólo parece distinta pues se privatizó parte del
monopolio de la violencia y ahora los intereses trasnacionales y privados han perpetrado
más directamente la represión en la última tres décadas contra personas
activistas, indígenas, mujeres y campesinas defensores de la tierra.
Para muestra las 1733 personas
defensoras de tierra y derechos humanos en todo el mundo que han sido
asesinadas en los últimos diez años (2012-2022), esto de acuerdo con el informe
más reciente de Global Witness (setiembre 2022), organización que desde
2012 documenta este tipo de violencias. El 68 % de esos ataques se han
registrado en países de América Latina. Las comunidades indígenas concentran el
39 % de los ataques registrados, pese a que representan menos del 5 % de la
población mundial. Las mujeres como María del Mar Cordero suman 11 % de esta
inmunda lista en 10 años.
A pesar de que Oscar, María,
Jaime ni David estan en esa estadística, si lo están Jairo Mora, Diego Saborío,
Sergio Rojas y Jhery Rivera, casos casi todos conocidos y la mayoría en la
impunidad. Todas estas cifras y números estan además subregistrados y son la
superficie de un ciclo de violencia en cuyas aristas hay amenazas de muertes, atentados,
agresiones, judicializaciones y muchas otras formas de violencia que no siempre
terminan en la estadística por terror al terror.
La impunidad, miedo y olvido son
el Alzheimer que carcome nuestro hipocampo social, oxida toda la estructura de
evasión, tiñe todo el pacto social de indiferencia, para dar paso zonas grises llenas
de consumismo narcotizante, donde se extingue la vida y el fututo del planeta.
El año pasado 2021 al menos 200
personas defensoras de tierra y derechos humanos fueron asesinadas, por estas y
todas las personas activistas asesinadas, sus familias y los tejidos comunitario
rotos y por la naturaleza que también muere con ellas, extendemos un abrazo
colectivo de justicia y verdad para hacer entre todas y todos un hipocampo
colectivo donde recordemos con amor y dignidad a las personas que ponen el
cuerpo y la vida para defender el planeta y otros futuros posibles.
Nota: Gracias a la edición de Rebeca Arguedas Ramírez
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