Por Mauricio Álvarez Mora.
Es innegable, y se reconoce a nivel mundial, que las represas y plantas hidroeléctricas han brindado enormes beneficios económicos y alivios sociales, mediante oportunidades de desarrollo que dependen de la electricidad, desarrollo agrícola que depende de sistemas de riego, y mejoramientos de la salud humana en lugares donde la gente depende de poder almacenar agua potable. Además, las plantas hidroeléctricas, que son eficientes generadoras de energía, pueden –en lo teórico– reducir la dependencia mundial en combustibles fósiles, cuyas emisiones contribuyen enormemente al cambio climático.