Por Mauricio Álvarez Mora.
¿Qué pasa si hacemos una analogía
entre estas semillas en latencia y la organización y movilización social? El
florecimiento de movilizaciones y consecuentes transformaciones no
necesariamente germinan por condiciones de injusticia o desigualdad, entre otras.
No se mueren o desaparecen, sino que siguen haciendo sus funciones para buscar
otros momentos y formas de germinación.
“¿Está muerto el movimiento
estudiantil? Memorias de la cultura política 1970-2000-2007-2018”: este fue el
título de una mesa redonda que formó parte de la conmemoración del centenario
de la Reforma de Córdoba organizada por la Vicerrectoría de Acción Social. Nos
gusta ver los grandes eventos, lo sobresaliente, lo que nos parece “sexy” en
términos históricos, pero ¿son menos importantes esos lapsos entre uno y otro
momento cúspide? ¿cuál es la vinculación entre uno y otro hito? ¿se puede
explicar un momento dinámico y victorioso sin una antesala de aparente vacío y
quietud, así como el que parece estar viviendo la organización estudiantil en
Costa Rica? ¿está “dormitando” o es un movimiento latente?
Viví uno estos periodos de
latencia del movimiento digamos, más que estudiantil, juvenil porque rechacé de
plano las estructuras institucionales formales del “movimiento estudiantil”, me
parecía como casi como ir a misa en vez de sentir la espiritualidad de un
bosque.
De hecho, no viví ninguno de esos
momentos cumbre, solo viví las colas y la lucha contra el TLC pero fuera de lo
que es o era ser oficialmente joven. Sin embargo, el trabajo de estos hilos de
latencias, tal vez no contaron para el movimiento estudiantil pero la
germinación y cosecha fueron para otros sectores y movimientos.
Cuando llegué a la “U” terminaba
la semana universitaria con ríos de cerveza dentro del campus que vendían las
asociaciones de estudiantes, recién pasaba la caída del muro de Berlín y lo que
llamaban socialismo, estábamos en un “reflujo”, decían por ahí en cafés y
bares. Esa conceptualización de malestar estomacal me pareció odiosa, como si
nada conectara con nada, como si los tiempos de resistencia no tuvieran que ver
unos con otros, como si fueran aislados.
En las líneas del tiempo
deberíamos aprender a ver también los valles, no sólo las cumbres, porque si
bien los ríos nacen en las montañas, el caudal principal está en sus partes
medias y en el momento que abraza al mar. La historia oficial hegemónica,
inclusive la que a veces leemos con gran interés, la otra historia la de las
vencidas, las olvidadas, tienden a anular estas latencias. Entonces se construye
un imaginario donde solo tiene valor en cuanto tenga “éxito”, se perpetúa el
concepto de lo histórico desde la élite.
Sin embargo, ¿qué pasó antes y
después de la lucha contra ALCOA, contra el Combo, la luchas por presupuestos,
la huelga de maestros, la solidaridad centroamericana o el movimiento del No al
TLC? Puedo recrear un poco mi historia personal y remontarme a 1992 cuando
recién ingresé a la “U” y un poste de
luz servía de soporte para el último afiche con la cara del Ché Guevara que
guardo como un objeto arqueológico y que un año después en 1993 iniciaba un
trabajo ecologista en la universidad donde nos unimos a las luchas en contra de
la celebración de los 500 años de conquista que reivindicaban cinco siglos de
resistencia indígena, negra y popular, también iniciamos campañas con marchas y
articulación con las comunidades y movimientos sociales para denunciar la
expansión bananera incontrolada. Unos años más adelante recibimos tres
caminatas de indígenas Ngöbes por la tierra y la autonomía, apoyamos con el
trabajo logístico de un largo trayecto de casi 300 kilómetros y recibimos
cientos de personas de otros pueblos indígenas en los primeros pasos de su
proyecto de autonomía. Uno de los mejores regalos de esas luchas fue lograr el
establecimiento del territorio indígena Los Altos de San Antonio en 2001 en la
zona Sur, donde fuimos invitados a celebrar con baile y chichada tradicional
esta gran gesta de los pueblos Ngöbes.
Ejercimos un gran trabajo de
solidaridad como lo fue el Grupo por Chiapas, Colombia y una gran vinculación
internacional con los movimientos ecologistas, juveniles y contrahegemónicos
que conformaron posteriormente el movimiento antiglobalización. Nos articulamos
con grupos de jóvenes urbanos de Sagrada Familia, Alajuelita -como olvidar al
poeta Julio Acuña-, con las feministas del colectivo Pacha Carrasco, con
jóvenes indígenas, migrantes de Calle Blancos, con iglesias y campesinos de
Sarapiquí. Conformamos y animamos redes de resistencia latinoamericana y
colectivización de sueños mediante lo que llamamos Ecotopías, solo bandas
musicales como Autoperro o Embolia Cerebral se acercaban a participar en
nuestros actos culturales.
Empezamos a abrazar y construir
un movimiento ecologista con la fuerza de nuestra historia, pero también de un
gran compromiso y vinculación con comunidades y muchos sectores sociales.
Intentando hermanar luchas juveniles con las luchas socio ambientales que le
dieron contenido a lo que llaman desde la oficialidad la “Costa Rica
ecológica”, luchas contra la minería en Talamanca, contra el muelle industrial
de la empresa Stone Container en Golfo Dulce, iniciamos la lucha contra la
minería en Crucitas de San Carlos, contra las pruebas nucleares del gobierno
francés en el Atolón de Mururoa, como no olvidar que casi un 5% de territorio
nacional estuvo concesionado para minería principalmente de oro, lucha contra
la contaminación de Río Aguas Zarcas por la empresa Ticofrut en 1995 y hasta el
inicio de la lucha contra la piñería en Buenos Aires de Puntarenas. No puedo dejar
a un lado luchas tan importantes como la que gestamos contra la explotación de
petróleo en la costa caribe en 1999 que significó una síntesis y verter todo el
aprendizaje de casi una década (Alvarez, 2015).
En todas estas luchas y
vinculaciones quisimos llevar a la universidad, en muchas logramos que el
estudiantado y los profesores dejaran de verse el ombligo para comprometerse
más con la gente y su ambiente. Sin esas pequeñas cotidianidades de las luchas
juveniles y de la universidad en su conjunto no solo no se crea y se fortalece
un espíritu rebelde y contestatario, pero sobre todo se hace una trama más
humana de afectos, sensibilidades y confianzas que son necesarias para poder
llegar a marcar estos hitos que hoy visibilizamos como “exitosos”.
Finalmente hace unos días a
inicio de año, me recordaba una compañera del programa Kioscos
socioambientales, algo que yo había dicho cada día que pasábamos por enfrente
de la facultad de economía donde hay un árbol de mango que sembré en un
festival que hicimos de la juventud ecologista en setiembre de 1993 y repetí
algo que a veces olvido y es que las dos cosas más importantes que he hecho en
mi vida han sido tener una hija y sembrar un árbol, que años después hasta una
hamaca tuvo donde mecí a mi hija y comimos de juntos mangos de aquel árbol
sembrado entre latencias subversivas.
Por eso este aniversario de
Córdoba y este repaso de luchas nos sirve para recordar que las cosas más
cotidianas y más triviales son las que dan sentido a nuestros momentos más significativos
y que esos momentos son parte de una trama que nos trasciende, pero que como en
el caso de aquel árbol que sembré, a veces podemos reconocer y apreciar.
Publicado en: https://semanariouniversidad.com/opinion/latencias-subversivas/
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