Por Mauricio Álvarez Mora.
El río Pacuare está localizado en
la provincia de Cartago, al sureste de la zona montañosa central de Costa Rica.
Nace en las montañas al norte del parque nacional Chirripó y su cuenca ocupa un
área de 885km2 en dirección hacia el Atlántico, donde desemboca aproximadamente
a 41km al norte de Puerto Limón. La cuenca incluye zonas de zonas de vida como
Bosque pluvial premontano, Bosque muy húmedo premontano y Bosque muy húmedo
tropical.
El Pacuare es uno de los ríos más bellos del planeta. El río es también la casa ancestral de comunidades indígenas costarricenses que, por siglos, han cohabitado con él sin destruirlo.
Sin embargo, a pesar de sus
condiciones naturales, el Pacuare está en inminente peligro de muerte, porque
el Instituto Costarricense de Electricidad tiene planeada la construcción de los
proyectos hidroeléctricos Boroi, Tanari, Atirro, Pacuare y Siquirres.
El río atraviesa y colinda con
áreas protegidas de distinta categoría, como la Reserva río Macho, Parque
nacional Barbilla, Reserva forestal Pacuare, Zona protectora cuenca del río
Tuis y zona protectora Siquirres, exactamente en el sitio donde el río sería
represado para construir el proyecto hidroeléctrico Siquirres. El territorio
del Pacuare alberga las reservas indígenas Barbilla-Dantas y Chirripó, en las
cuales se ubican las comunidades Valle Escondido, Simiriñak, Awari y Nimari,
estas dos últimas sobre la margen del río.
En caso de construirse las
represas, todos los ciclos naturales del río serían alterados y como consecuencia
la esencia de la vida de estas comunidades que dependen del río para vivir. La destrucción
de los ecosistemas acuáticos pondría en riesgo las especies de peces que la
población indígena pesca y come; en otros casos implicaría el desplazamiento
forzado de las comunidades.
Las exploraciones demuestran que
dentro de las áreas de impacto directo de las hidroeléctricas se localizan
sitios arqueológicos que desaparecerán, o serían alterados de manera
irreparable.
Si el Pacuare es represado se
violará el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, que
protege los territorios indígenas y conmina a los Estados a respetar la
autonomía de esta población. Las represas significarían un caso claro de
violación de los derechos de propiedad, culturales y de vida de pueblos indígenas
costarricenses.
Pacuare se extiende en territorio
de los cantones Turrialba, Jiménez, Siquirres y Matina. Alberga las comunidades
de Mollejones, San Pablo, Pacuarito, Bajo Pacuar, Pacayitas, Paso Marcos, Cimarrones,
Tres Equis, Cabeza de Buey, San Joaquín, entre otras, todas las cuales
sufrirían distintos niveles de impacto con los proyectos hidroeléctricos
planeados por el ICE. Estas comunidades definen el río como un recurso de vida,
recreación, belleza, pesca, fuentes de trabajo en turismo, ganancias, etc.
Entienden que sus bosques son la casa de cientos de especies de animales, y
explican: “todas las familias vamos al río, lo usamos y confiamos en tomar agua
porque es limpia”. Saben de la riqueza natural y cultural de la cuenca, y su
intención de protegerlo es definitiva frente a lo que califican como la “muerte
del Reventazón” después de construida la planta hidroeléctrica Angostura.
Las relaciones del ICE con las
comunidades del Pacuare reproducen el mismo patrón de otros proyectos
hidroeléctricos: ausencia de información y diálogo e incursiones en los
territorios de la cuenca sin aviso ni consulta. Las comunidades nunca han
recibido documentos oficiales de autoridades del ICE se han enterado de los
posibles proyectos porque han visto la construcción de trochas y los deslizamientos
provocados, apertura de túneles de exploración, etc. Fue en octubre del 2002, en
un encuentro del Grupo de Enlace de Comunidades del Pirrís con la Dirección de
Proyectos del ICE, en la que participaron organizaciones de Pacuare y Savegre
y, por la presión de las comunidades, el ICE se comprometió a facilitarles la
documentación oficial sobre los proyectos, en los que han trabajado durante
décadas.
Por ser uno de los ríos más
bellos del planeta, y un espectacular y único portento para la práctica del
rafting –debido a su caudal y belleza escénica–, el Pacuare es un imán que
atrae cada año a miles de turistas de todo el mundo amantes de la naturaleza y
del rafting. El impacto positivo de esta actividad se percibe en la zona por
servicios de guías, actividad hotelera, comercio, transporte, alimentación,
etc. Muchas personas de San José y otras regiones de Costa Rica también
participan de esta actividad, cuyo movimiento financiero se estima entre dos y
medio y tres millones de dólares por año. El Reventazón presentaba un patrón
económico incluso superior al Pacuare que, con la creación de la planta
hidroeléctrica Angostura, desapareció por completo desde la represa hasta
algunos kilómetros más bajo de la casa de máquinas, y en otros sectores
disminuyó.
Desgraciadamente para muchas
personas, empresas e instituciones, la riqueza de ríos como el Pacuare, sólo se
mide por la cantidad de energía y dinero que podrían producir sus aguas
convertidas en represas hidroeléctricas. El ICE ha proyectado en el Pacuare un
potencial energético de 635 MW. Las huellas de las primeras incursiones e
intervenciones en la cuenca todavía son visibles: partes de bosques talados,
trochas, perforaciones, y un andarivel que, como materia inerte, augura la
muerte del río, en el cañón majestuoso de “Dos montañas”, en medio de un bosque
exuberante y una belleza indescriptible donde la vista se diluye en una vasta
espesura verde.
Las exploraciones del ICE en el
Pacuare datan de los años setenta; en los últimos años las inversiones en
diseño y planeamiento de las cinco represas son superiores a las realizadas en
la planeación de cualquier otro proyecto hidroeléctrico en el país: 1.032
millones de colones en 1999, 1.085 millones en el 2000, y 1.087 en el 2001.
El posible impacto positivo de
los proyectos hidroeléctricos en el Pacuare no representaría ningún desarrollo
social a largo plazo, como se ha visto ya en muchos otros proyectos:
contratación temporal de mano de obra de la zona y mayores ingresos y consumo
de esos empleados. La “invasión” de las comunidades por foráneos fomenta el
alcoholismo, la prostitución, la drogadicción, la inseguridad social, etc. Los
proyectos hidroeléctricos también cobran una cuota de familias desplazadas,
fincas, centros de comunidades desaparecidas, etc. En el caso del Pacuare ésa
sería la suerte de comunidades como Bajo Pacuare, Mollejones, y otras indígenas
como Tanari, Awari y Boroi. La reubicación en estos casos no constituye una
solución, sino parte del problema de desarraigo social y pérdida de identidad y
comunión entre la cultura y sus espacios físicos.
La inundación de grandes
territorios provocaría, además, la incomunicación y aislamiento de comunidades
indígenas que para su subsistencia dependen de la venta e intercambio de sus
productos agrícolas.
A nivel de los ecosistemas
naturales no existe forma de asegurar la reproducción de las comunidades biológicas
acuáticas, terrestres y aéreas, después de la disminución del caudal de un río.
Ya está demostrado que inclusive
el río puede quedar seco en algunos trayectos, como sucede con el Reventazón
aguas abajo de la represa Angostura.
Esto ocurre porque las medidas
para evitar y mitigar impactos negativos, como la definición y respeto de un
“caudal ecológico”, ni siquiera se previnieron adecuadamente. Los intentos del
ICE por manejar adecuadamente la cuenca del Reventazón se iniciaron después de
finalizada la represa.
Los proyectos hidroeléctricos en
su conjunto (represas, casas de máquinas, excavaciones, vertederos de
materiales de construcción y desechos, caminos, etc.) provocan efectos
negativos en la calidad del agua por erosión, escorrentía, contaminantes
químicos, etc. Este efecto sería particularmente destructivo en el Pacuare
cuyas aguas se consideran prácticamente limpias.
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