lunes, 10 de agosto de 2015

El errático transitar entre vidas: David Maradiaga 20 años presente


Por Mauricio Álvarez Mora.

Es agosto y escribo, sin darme cuenta, al ritmo de tu propia muerte. 

David murió el 14 de Julio de 1995 pero no fue encontrado sino hasta el mes siguiente. Fue una muerte sumergida en sombras de anonimato, un asesinato hasta hoy impune. Su cuerpo fue recogido sin identificar en el parque Los Mangos, en Zapote, justo al frente donde pocos años después tendría sus oficinas la Stone Forestal. ¿La ironía de la muerte?

A pesar de que familiares y compañeros visitaran hospitales, comisarías, incluso la morgue, fue por “casualidad” que un funcionario de la morgue lo identificó y escribiendo su nombre puso fin a la angustiante sensación del desaparecido.

Los ecologistas no mueren, sus vidas siguen, de manera mística y al servicio de la madre naturaleza.  Con otras formas y estados siguen viviendo en dimensiones distintas.  Pequeños soplos en las orejas, prefieren la somnolencia  y madrugadas. En sueños se acercan, tenemos diálogos interminables, nos mal aconsejan y nos amasan el corazón de vez en cuando. 

Puedo decir que David es uno de esos personajes que cautivan pero asustan, como un gran remolino. Vivía como si supiese que no podía darse el lujo de dormir, saberse con tiempo limitado entre las carnes corpóreas, un tobogán del que se recuerda el inicio pero se difumina en mil partes al final de la madrugada, o días siguientes de trasnoche. 

Los ecologistas no mueren, los poetas tampoco. Cada vez que escucho poesía no tengo más referencia que su voz y agudas hipérboles cruzadas por galácticas metáforas y ácidas denuncias del momento que le tocó vivir. Para mí la poesía tiene su voz. 

La fuerza de su palabra denunciando el asesinato de Chico Méndez,  como si fuera su auto-epitafio, no deja de estremecer. Pocas personas he conocido con su sensibilidad. Un candidato a permanecer en lo profundo de la conciencia y un rincón del lado izquierdo del corazón. "Antes que ecologista soy humanista", decía David.

Los recuerdos de aquellos días hace 20 años, ya borrosos en sepia, los atesoro como momentos de mucha amargura y liberación. Porque imagino que la muerte debe ser un tránsito para liberarse de la preocupación de vivir, pero si a uno “lo mueren” y apenas de 27 años debe ser distinto. ¿Quedará confundido? ¿quedará errante? ¿naufraga el alma en el infinito trasnochar? Me gusta pensar que los tantos mártires dan soplos de aliento a otros que lo necesitan.

Lo recuerdo. Sus dedos en posición de paz y amor, bailando pavoroso sobre una silla de algún bar, encabezando una marcha de jóvenes contra la Stone Forestal, protagonizando un happening con un banano gigante de papel maché para denunciar la expansión descontrolada de este monocultivo, sembrando un árbol en la Universidad de Costa Rica. Esas imágenes quedan. 

Lo recuerdo. Siempre con una humildad de alma que no aguantó el estuche duro y cuadrado del sistema y con la pasión de quien ama intensamente.  Su risa color ternura, a medio terminar, ingenua y sarcástica al mismo tiempo, terminaba con una especie de silbido que se consumía para dentro. Recuerdo sus labios carnosos al hablar, su acento centroamericano y el afro fuera de moda. 

En estos años que me ha tocado ponerme su gran camiseta, me quedo incómodo pensando que no soy poeta. Apenas junto palabras sobre lo urgente y con la necedad de quien no quiere derrotarse. Del resto de figuras literarias no me sale ninguna, escribo igual de textual como es la realidad: injusta y desigual. 

A veces, en las profundidades de mi alma, cuando estoy llorando de fuera hacia dentro por injusticia y desesperanza ante lo que parecen derrotas totales y definitivas, David me sonríe tenuemente, con ese silbido final que se come un pedacito para sí y me recuerda que todos estos años ha estado ahí, presente, en los momentos donde acaba lo racional y opera la magia.  

Con ese soplo suave, David nos acompaña en los momentos más decisivos y así sigue vivo defendiendo a quienes aman la vida, seguimos hilando la historia que hace veinte años no comenzaba, había sido heredada por tantas otras personas que han inspirado un mundo mejor. Hoy seguimos tejiendo juntos y somos más. 


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